miércoles, 26 de noviembre de 2014

El Papa explicó en qué consiste la esperanza de los cristianos


El Papa explicó en qué consiste la esperanza de los cristianos 
 Miercoles 26 Nov 2014 | 09:30 am 
 Francisco, al brindar su catequesis esta mañana en la Plaza de San Pedro

Ciudad del Vaticano (AICA): El papa Francisco se refirió, en su habitual catequesis de los miércoles, a la Iglesia que peregrina hacia el Reino, y explicó que la Iglesia no es una realidad estática, sino que camina continuamente en la historia hacia la meta última y maravillosa que es el Reino de los Cielos. 

Como todos los miércoles, el papa Francisco brindó su catequesis ante miles de fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro. En esta ocasión, el obispo de Roma explicó que la Iglesia no es una realidad estática, sino que camina continuamente en la historia hacia la meta última y maravillosa que es el Reino de los Cielos.
 El Papa dijo que en este camino es hermoso percibir la comunión entre la Iglesia celestial, que sostiene con su intercesión; y la Iglesia peregrina, que en la Eucaristía está invitada a ofrecer oraciones por las almas que se encuentran a la espera de la felicidad eterna –es decir, la Iglesia purgante-.
 Francisco también afirmó que, aunque ignoramos el tiempo en el que llegará el fin de todo lo creado, Dios prepara una nueva tierra, donde habitará la justicia y la felicidad y saciará de manera sobreabundante los deseos del corazón del hombre, lo que constituye el Paraíso. Explicó que no es un lugar sino un “estado”, en el que las esperanzas de los hombres serán verdaderamente colmadas, en una nueva creación, con plenitud de ser, verdad y belleza, libre de todo mal y de la misma muerte.
 Al saludar a los peregrinos de lengua castellana, Francisco los invitó a pedir a la Virgen María que los acompañe siempre y los ayude a ser, como Ella, signo gozoso de esperanza para los hombres.
 El viaje a Turquía. Hablando en italiano, el Papa recordó que el viernes 28 viajará a Turquía para realizar un nuevo viaje apostólico, por lo que invitó a todos a rezar para que esta visita produzca frutos de paz, de diálogo sincero y concordia en la nación turca.
 Texto completo de la catequesis del Papa 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 
Un poco feo el día, pero ustedes son valientes. ¡Felicitaciones! Esperamos rezar juntos hoy. 
 Al presentar la Iglesia a los hombres de nuestro tiempo, el Concilio Vaticano II tenía bien presente una verdad fundamental, que no hay que olvidar jamás: la Iglesia no es una realidad estática, detenida, con fin en sí misma, sino que está continuamente en camino en la historia, hacia la meta última y maravillosa que es el Reino de los cielos, del cual la Iglesia en la tierra es el germen y el inicio. 
 Cuando nos dirigimos hacia este horizonte, nos damos cuenta de que nuestra imaginación se detiene, revelándose apenas capaz de intuir el esplendor del misterio que domina nuestros sentidos. Y surgen espontáneas en nosotros algunas preguntas: ¿cuándo llegará este pasaje final? ¿Cómo será la nueva dimensión en la cual la Iglesia entrará? ¿Qué será entonces de la humanidad? ¿Y de lo creado que nos circunda? 
 Pero estas preguntas no son nuevas, las habían hecho los discípulos a Jesús en aquel tiempo ¿pero cuándo sucederá esto? ¿Cuándo será el triunfo del Espíritu sobre la creación, sobre lo creado, sobre todo? Son preguntas humanas, preguntas antiguas. También nosotros hacemos estas preguntas. 
 La Constitución conciliar Gaudium et spes, de frente a estos interrogantes que resuenan desde siempre en el corazón del hombre, afirma: “Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano” (n. 39). 
 He aquí la meta a la cual aspira la Iglesia: es como dice la Biblia la “Jerusalén nueva”, el “Paraíso”. Más que de un lugar, se trata de un “estado” del alma, en el cual nuestras expectativas más profundas serán cumplidas de manera superabundante y nuestro ser, como criaturas y como hijos de Dios, alcanzará la plena maduración. ¡Seremos finalmente revestidos de la alegría, de la paz y del amor de Dios en modo completo, sin más ningún límite, y estaremos cara a cara con Él! ¡Es bello pensar esto! Pensar en el cielo. Todos nosotros nos encontraremos allí. Todos, todos, allí, todos. Es bello. ¡Da fuerza al alma! 
 2. En esta perspectiva, es bello percibir cómo hay una continuidad y una comunión de fondo entre la Iglesia que está en el cielo y aquella todavía en camino sobre la tierra. Aquellos que ya viven en la presencia de Dios, de hecho, nos pueden sostener e interceder por nosotros, rezar por nosotros. Por otro lado, también nosotros estamos siempre invitados a ofrecer buenas acciones, oraciones y la Eucaristía misma para aliviar las tribulaciones de las almas que todavía están esperando la beatitud sin fin. Sí, porque en la perspectiva cristiana, la distinción no es más entre quien ya está muerto y quien todavía no lo está, sino entre quien está en Cristo y quién no lo está. Éste es el elemento determinante, realmente decisivo para nuestra salvación y para nuestra felicidad. 
 3. Al mismo tiempo, la Sagrada Escritura nos enseña que el cumplimiento de este diseño maravilloso no puede no interesar también todo aquello que nos rodea, y que ha salido del pensamiento y del corazón de Dios. El apóstol Pablo lo afirma explícitamente, cuando dice que también “la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Rom 8,21). Otros textos utilizan la imagen del “cielo nuevo” y la “tierra nueva” (cf. 2 P 3,13; Ap 21,1), en el sentido de que todo el universo será renovado y liberado de una vez para siempre de todos los rastros del mal y de la misma muerte. Lo que se prospecta, como cumplimiento de una transformación que en realidad ya está en acto a partir de la muerte y resurrección de Cristo, es por lo tanto una nueva creación; no una aniquilación del cosmos y de todo lo que nos rodea, sino que es llevar cada cosa a su plenitud de ser, de verdad, de belleza. Este es el diseño que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, desde siempre quiere realizar y está realizando. 
Queridos amigos, cuando pensamos en estas maravillosas realidades que nos esperan, nos damos cuenta del maravilloso don que es pertenecer a la Iglesia, que lleva inscrita una vocación altísima. Pidamos entonces a la Virgen María, Madre de la Iglesia, que vigile siempre sobre nuestro camino y nos ayude a ser, como ella, un signo gozoso de confianza y esperanza entre nuestros hermanos.+

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