lunes, 9 de junio de 2014

Francisco, artífice de un histórico rezo por la paz

Francisco, artífice de un histórico rezo por la paz 
 Lunes 9 Jun 2014 | 08:45 am 
 El Papa lo hizo: reunió a Peres y Abbas.

Ciudad del Vaticano (AICA): El papa Francisco, el presidente israelí Shimon Peres, el primer mandatario palestino Mahmud Abás y el patriarca Bartolomé de Constantinopla celebraron en los jardines del Vaticano una oración por la paz, convocada por el Santo Padre en su viaje a Tierra Santa. Al concluir la ceremonia, en la que cada una de las delegaciones rezó según su creencia religiosa, Francisco recordó que para conseguir la paz ¨se necesita mucho más valor que para hacer la guerra¨. Señaló la necesidad de encuentro, diálogo, negociación, respeto de los pactos, sinceridad y ¨una gran fuerza de ánimo¨. 

 El papa Francisco, el presidente israelí Shimon Peres, el primer mandatario palestino Mahmud Abás y el patriarca Bartolomé de Constantinopla celebraron en los jardines del Vaticano una oración por la paz, convocada por el Santo Padre en su viaje a Tierra Santa.
Al concluir la ceremonia, en la que cada una de las delegaciones rezó según su creencia religiosa, Francisco recordó que "para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo".
 La ceremonia empezó con una introducción musical y después hubo una mención a que "israelíes, palestinos, judíos, cristianos y musulmanes se encuentran reunidos para ofrecer su oración por la paz en Tierra Santa y para todos sus habitantes".
 El lugar elegido, que carece de connotaciones religiosas, es una zona de césped con forma triangular situada entre la Casina Pio IV, sede de la Academia Pontifica de las Ciencias, y los Museos Vaticanos, rodeada de arbustos y con vistas a la cúpula de San Pedro.
 Antes del comienzo de esta celebración, el papa Francisco había pedido en su cuenta de Twitter: "Que todos los hombres de buena voluntad se unan a nuestra oración por la paz en Medio Oriente".
 La ceremonia se desarrolló en tres actos, el primero dedicado a la comunidad judía, el segundo a la cristiana y el tercero a la musulmana, según el orden cronológico del origen de estas confesiones.
 En cada uno de esos actos se rezó una oración de agradecimiento por la Creación donde se resaltó que "todos somos hermanos", después se pasó a pedir "perdón por los pecados cometidos" y finalmente llegó la "invocación" de la paz.
 Durante la ceremonia hubo momentos de meditación y varias piezas musicales interpretadas por una orquesta.
 Para la parte de los judíos se eligieron textos extraídos de salmos, mientras que para la invocación de la paz se leyó una oración del rabino Nahman de Breslau.
 Para el momento dedicado a la comunidad católica se eligió la oración del Mea Culpa que pronunció en 2000 san Juan Pablo II, mientras que para pedir la paz se leyó un escrito de San Francisco de Asís. Para la comunidad musulmana los textos elegidos se inspiraron en el Corán.
 Francisco, Abás y Peres pronunciaron como cierre unos discursos y después realizarán un "gesto de paz" con un apretón de manos y plantarán juntos un olivo. Posteriormente se reunieron en privado en la Academia pontificia de las Ciencias, a pocos pasos del lugar de la ceremonia.
 Palabras del Papa 
Señores presidentes:
 Los saludo con gran alegría, y deseo ofrecerles, a ustedes y a las distinguidas Delegaciones que les acompañan, la misma bienvenida calurosa que me han deparado en mi reciente peregrinación a Tierra Santa.
 Gracias desde el fondo de mi corazón por haber aceptado mi invitación a venir aquí para implorar de Dios, juntos, el don de la paz. Espero que este encuentro sea el comienzo de un camino nuevo en busca de lo que une, para superar lo que divide.
 Y gracias a Vuestra Santidad, venerado hermano Bartolomé, por estar aquí conmigo para recibir a estos ilustres huéspedes. Su participación es un gran don, un valioso apoyo, y es testimonio de la senda que, como cristianos, estamos siguiendo hacia la plena unidad.
 Su presencia, señores presidentes, es un gran signo de fraternidad, que hacen como hijos de Abraham, y expresión concreta de confianza en Dios, Señor de la historia, que hoy nos mira como hermanos uno de otro, y desea conducirnos por sus caminos.
 Este encuentro nuestro para invocar la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en todo el mundo, está acompañado por la oración de tantas personas, de diferentes culturas, naciones, lenguas y religiones: personas que han rezado por este encuentro y que ahora están unidos a nosotros en la misma invocación. Es un encuentro que responde al deseo ardiente de cuantos anhelan la paz, y sueñan con un mundo donde hombres y mujeres puedan vivir como hermanos y no como adversarios o enemigos.
 Señores presidentes, el mundo es un legado que hemos recibido de nuestros antepasados, pero también un préstamo de nuestros hijos: hijos que están cansados y agotados por los conflictos y con ganas de llegar a los albores de la paz; hijos que nos piden derribar los muros de la enemistad y tomar el camino del diálogo y de la paz, para que triunfen el amor y la amistad.
 Muchos, demasiados de estos hijos han caído víctimas inocentes de la guerra y de la violencia, plantas arrancadas en plena floración. Es deber nuestro lograr que su sacrificio no sea en vano. Que su memoria nos infunda el valor de la paz, la fuerza de perseverar en el diálogo a toda costa, la paciencia para tejer día tras día el entramado cada vez más robusto de una convivencia respetuosa y pacífica, para gloria de Dios y el bien de todos.
 Para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo.
 La historia nos enseña que nuestras fuerzas por sí solas no son suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y debemos responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: “hermano”. Pero para decir esta palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos de un mismo Padre.
 A él me dirijo yo, en el Espíritu de Jesucristo, pidiendo la intercesión de la Virgen María, hija de Tierra Santa y Madre nuestra. Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica.
 Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir: “¡Nunca más la guerra”; “con la guerra, todo queda destruido”. Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz.
 Señor, Dios de Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz; danos la capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino. Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz.
 Y que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio, guerra. Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre “hermano”, y el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén.+

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